domingo, enero 20, 2013

Sobre la influencia de la universidad y para una nueva relación con la sociedad

Vengo de la lectura de una contribución de mi colega Wolfgang Müller (RheinMain University of Applied Science), "Educación Popular o Aprender a leer el mundo", al  ciclo de conferencias de la Fundación Rosa Luxemburgo en México para profesionales de la educación, que ha sido seguido por profesores comprometidos con esta actividad con un notable éxito. A mí me parece que los principios con los que quiere refundar Wolfgang la educación popular también son útiles para pensar en la educación  universitaria y la educación en general: enseñar y aprender considerando lo emocional, la empatía, la convivencia y las obligaciones; articular un reconocimiento individual hacia el educando, siempre que sea posible: estar-ahí, igualdad, ser-así; acabar con la retórica política en la educación; y sacar de lo educativo todos los prejuicios y estereotipos

Desafortunamente, la educación pública en Madrid, particularmente en la Secundaria, decidió hace años maltratar a las personas, tratarlas como delincuentes, y gozarse en los momentos en que los jóvenes
fallan, como si fueran demostraciones de unas premisas para juzgarlos, suspenderlos y que lo que hacen es excluir. Eso, que como padre me conmovió, me hizo preguntarme por el tipo de educación que estaba impartiendo en la universidad: hacía más de 18 años que no me aprendía una lista de nombres de estudiantes de mi clase, los proyectos que hacemos estaban centrados en resolver dificultades profesionales concretas pero no en ayudar a los demás -los ciudadanos-, y lo que observo cuando visito las escuelas me hace preguntarme qué estado haciendo los últimos años, porque nada de lo que yo he intentado que llevaran mis antiguos alumnos está allí.

Cuando se lo cuento, Wolfgang se sorprende del poco impacto de lo pedagógico en la sociedad española. Mi contestación es que la influencia pública de los pedagogos en la sociedad sólo se nota en artículos esporádicos en el principal periódico, El País, enfadados, nunca a tiempo de los problemas que ocurren, a veces para temas corporativos. 

El problema de la influencia en el fondo quizá sea una mezcla de problemas de comunicación de los propios pedagogos, mala construcción de profesión de docente (por la historia remota y reciente, por la falta de estructuras colegiadas, en la cotidianeidad) y una situación defensiva interesada a todo lo que se pueda decir sobre las prácticas docentes que lleva a un clima de desconfianza igual de interesado. Proyectos, iniciativas y recursos compartidos incluidos.

Sobre los problemas de comunicación de los propios pedagogos, hay que empezar diciendo que la prensa profesional (semanal, mensual) tiene firmas invitadas, un elenco que llega a los profesores que la leen, tengo entendidos  que varios millares. La labor del boletín de doctores y licenciados de Madrid es de este tipo, y buena, miles de profesores de Secundaria reciben sus propuestas. Pero sólo acrecienta la fama de quienes escriben, me parece que no crea una corriente de simpatía por un pensamiento más científico sobre temas educativos.

La universidad estuvo mucho tiempo lejos de lo cotidiano -aunque también hace mucho tiempo que la investigación educativa ya no está tan lejos-, ha fallado en su estrategia comunicativa, fue muy conservadora en la renovación de las metodologías a principios de los 70, no ha cautivado a los profesores...

Quienes lo han conseguido, con una retractación pública de los viejos métodos,  y han participado en jornadas y actividades organizadas por profesores, se han convertido en apóstoles de ideas propias y tienen sus seguidores. Pero cuando estos profesores universitarios comunicadores mueran, morirá su vínculo.

Las guerras de área de conocimiento, donde hay algunos catedráticos conservadores, con enfoques tecnocráticos-conductistas, y otro grupo con un nicho de seguidores, tampoco ayudan a que se alcen voces razonables que responden a los problemas educativos.

La decisión de los partidos de derecha de convertir la educación en una trinchera viene a acallar cualquier planteamiento. Pensar críticamente la educación es entregar armas a quienes la acechan.

La falta de recursos está generando también un nuevo foso, porque los momentos de contacto que suponía la formación continua facilitada por profesores universitarios, los proyectos de investigación y otras actividades se reducen a muy poco.

Sobre la mala construcción de profesión de docente (por la historia reciente, por la falta de estructuras colegiadas, en la cotidianeidad) decir que los profesores tienen la sensación que de que han llegado a ser profesores sólo por su esfuerzo y dedicación, por su práctica. Este forma de construir la profesión creo que es fruto de la falta de asociaciones profesionales durante la dictadura, de la incorporación masiva de docentes con el advenimiento de la democracia que no conocieron otra tradición más que el reglamentismo, de un cuerpo docente formado en soledad y que acoge a nuevos docentes a los que se vacuna contra aventuras, y por una movilidad de los equipos docentes que hace que hasta entre 7 y 10 años no te integres a un equipo definitivo y todos los años cambies...

Wolfgang me habla del fascismo latente en Alemania durante los setenta y ochenta. Yo no acabo de creérmelo, me parece una crítica facilona. Me invita a denunciar ese fascismo cotidiano. En eso sí que creo.

La narración de lo que podría ser la educación se queda en unas ideas que la investigación hace tiempo desdeñó, pero no hay manera de acabar con ellas, es una narrativa poderosa que los miedos y algunos episodios cotidianos se encargan de reforzar.

Los profesores tienen además en España un hábito que es la queja sobre cómo son considerados por la sociedad. Quizá los padres no saben expresarse con respeto hacia lo que hacen los profesores. Pero los profesores tampoco saben hablar con los padres. Lo viven con violencia. La idea de servicio público creo que hay que entrenarla. Si los padres no entienden a la escuela quizá es porque las escuelas (tanto quienes trabajan en ellas como los que pensamos e investigamos sobre las mismas) no nos estamos explicando bien.

Hay episodios de violencia, muy pocos, que sirven para alimentar un sentido de victimismo, como acabo de comentar. Pero un tercio de fracaso escolar, de adolescentes a los que se les dice que no valen, es una enorme violencia sobre la sociedad.

Por terminar, hay una situación defensiva interesada a todo lo que se pueda decir sobre las prácticas docentes que lleva a un clima de desconfianza igual de interesado.

La descalificación de la universidad es, en el fondo, evitar que alguien pueda juzgar y pronunciarse sobre el trabajo que se hace. La dictadura desapareció hace muchos años, la visión antigua y empobrecida de la educación que había en la universidad ya cambió. Pero nada de eso vale para quienes han construido en solitario y en precario su profesión. Tienen fantasmas en su cabeza: me roban mis ideas, se aprovechan de mí, trabajan poco... Todos dedicamos bastante tiempo y empeño a nuestra profesión como para pensar que hay otros que hagan menos que nosotros y estén mejor. Bauman, un sociólogo polaco conocido por su análisis de la sociedad digital contemporánea, recuerda que la mayoría apreciamos el valor de lo que tenemos mediante la comparación con lo que otros tienen. Es muy humano, pero la causa de mucha violencia desde que el mundo es mundo.

Recuerdo un análisis polémico de la profesión docente de un conocido sociólogo español. Con independencia de que lo que allí se dijera fuera equilibrado y justo, el tono crítico acabó en pelea.

Una muestra extrema del ambiente de desconfianza y miedo lamentablemente lo he vivido en primera persona, en un episodio que ha derivado en un acoso a mi persona a través de las redes sociales.

Analizando con frialdad el proceso de acoso y amedrentamiento que he vivido creo que del estatuto actual de esta relación entre profesionales aparece:
.una forma de juzgar la comunidad educadora el error, la verdad y la autoría, el origen y la legitimidad del conocimiento,
.una forma de verse esa comunidad como colectivo que genera conocimiento en la red, .inseguridad de esa comunidad sobre la gestión del conocimiento que se genera,
.odio a los que desde fuera de esa comunidad les digan algo,
.percepción de esa comunidad de relaciones asimétricas escuela-universidad o práctico-experto -como si un académico autorizara o desautorizara su conocimiento al interpretarlo-.

Por encima de lo que representa una agresión concreta, es una muestra de la fragilidad y violencia oculta en las relaciones entre universidad y resto de profesionales.

No todo es así. Hay otras iniciativas que permiten un trato igualitario, influyente y activo. En ese sentido, las redes sociales están teniendo notable éxito en la difusión de ideas pedagógicas. Los profesores innovadores están ávidos de noticias para aplicar en sus clases. La universidad puede tener cabida en estos nuevos foros, sin querer imponerse sobre nadie. Algunos de mis colegas lo saben muy bien y lo hacen fenomenal, entran en la categoría de apóstoles de la que hablé arriba, contra lo autoritario aún latente en el sistema. Ojalá esta filosofía se distribuya en el rizoma de relaciones y genere una nueva cultura para los centros educativos que, quizá, recupere una relación que nunca se debió romper.

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