Soy un trabajador público, me enorgullece serlo, e intento hacerlo bien. Vivimos en España el momento terrible de la rebaja del salario de los trabajadores públicos, entre los que me incluyo. Es una vergüenza pagar con dinero público, con mi salario vaya, una crisis económica provocada por capitalismo salvaje y últimamente por movimientos especulativos.
No es la primera vez. Ante la minicrisis económica de 1998 nos congelaron los salarios, lo que mantuvieron hasta antes de ayer. Si además tienes la desgracia de vivir en una región gobernada por neoliberales desde los años 90, en un país regionalizado, tu puesto público de trabajo está siempre bajo sospecha; además, para completar el panorama, vives en una región española rica y cobras menos que colegas que viven en regiones españolas más pobres, con lo que eres más pobre.
Dicho todo esto, aprovecharía ahora hablar del futuro de servicios públicos como el educativo en un contexto donde se impone el mantra (también entre socialdemócratas) de reducir lo público para pagar la cuenta de la borrachera liberal.
Hay servicios esenciales que privatizados no pueden funcionar (el ejemplo palmario son los ferrocarriles ingleses).
Hay servicios públicos que dan vida (que se lo pregunten a muchas personas que utilizan las urgencias sanitarias).
Hay cierta desesperación cuando se vuelve a constatar que los resultados educativos son más pobres en zonas con familias más humildes. Cuando nos dicen con mala fe que mayor inversión educativa no significa mejores resultados quizá se debería plantear que menor inversión significa un desastre.
Es un poco cansado insistir en estas cuestiones 50 años después de que ya fueran formuladas. Pero no nos queda otra, sobre todo para convencer a formas de poder instaladas en la ausencia de ideas, y que hacen incluso gala de ello. Me refiero a ti, Esperanza.
O quizá no, quizá si tienen ideas, apoyadas la falta de vergüenza que se tapan con casticismo y un sentido inmoral de la vida pública. Pues hay una sensación de bandidismo cuando te dan un cheque con dinero público para que lo gastes donde quieras (porque es vaciar las arcas públicas en una fiesta que no está muy claro quién la está disfrutando), dan subvenciones a colegios que segregan por sexo y simultáneamente se escandalizan del pañuelo islámico, pero que se acrecienta cuando te dan dinero para comprar libros o ¡pagarte el uniforme! -en un país donde los niños no llevan uniforme en las escuelas públicas- sin preguntarte cuánto ganas, les da igual que seas odontólogo o cajera de supermercado.
A ver cómo se van a pagar los nuevos equipos informáticos para las escuelas públicas. Y a ver para qué van a servir, como nos preguntaremos en las Jornadas Universitarias de Tecnología Educativa JUTE2010 que organiza la Universidad de Valencia y RUTE, en concreto en el grupo de trabajo 3.
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