viernes, marzo 09, 2007

Evaluar la docencia no debe ser castigar al evaluado

Decía uno de los más grandes sociólogos de la educación, Carlos Lerena, que había indicios de que la palabra "escuela" hunde sus raíces en alguna palabra que en la Edad Media significaba "castigo".

A veces la escuela se convierte en un espacio para este tipo de prácticas, cuando debería ser otra cosa, que tiene que ver con la capacidad de sorprenderse, de pasarlo bien aprendiendo.

Evaluar no debe ser castigar. Habitualmente es rendir cuentas, el alumno ante el maestro. También puede servir para aprender uno mismo de los errores, para mí el mejor servicio que presta la educación, porque nos hace crecer y ser más persona.

Los que tradicionalmente evaluaban ahora también son evaluados. Está de moda que lo sea el maestro ante la administración, el académico ante la comunidad científica. Por responsabilidad social, dicen. Para pagar según ejercicio, anuncian.

Mis alumnos de Maestro, futuros maestros, evalúan anualmente a sus profesores en un enfoque que se podría llamar "satisfación del cliente". Me parece un enfoque muy acertado, lo defiendo en los servicios sociales como la educación, porque analiza la riqueza de la interacción entre quienes prestan el servicio y quienes lo reciben.

Es un sistema perfectible, por ejemplo que no sea al final sino que se haga varias veces entre medias. Para que no sea irrecuperable el ambiente, lo necesario para aprender. Para que no sea un castigo acudir a clase. Lo he dicho en otros sitios.

Pero a veces se evalúa con desgana o con saña. Se devuelve algún agravio en forma de descuido o de agravio, sin justicia. O quizá se hace terapia. O falta libertad para hablar. O faltan cauces. O falta valentía. O ponemos demasiado acento en la calificación y recibimos este resultado. Tener un excelente expediente para ser competitivos en el mercado nos hace muy competitivos.

Se han rendido cuentas. Pero desgraciadamente no hemos aprendido nada, ni los evaluados con saña ni quienes han hecho terapia delante de una lista de cosas para evaluar. Nos hemos quedado, en el mejor de los casos, con la mitad de la evaluación.

Lo peor es que se pueda llegar a repetir esta historia; que se practica lo que se vive, no lo que se dice; esa historia del niño que viendo a sus padres dar sopas de pan a su abuelo, prepara con una navaja y un palo la cuchara de palo con la que dará sopas de pan a sus padres. Maestros con esta impronta dan miedo. Escuelas con esa impronta dan miedo. Y la escuela, tan en la onda de la competitividad, vuelve a ser un espacio para el castigo, como en la Edad Media.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo. Espero más comentarios